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Joan de Sagarra y Enric González o siempre nos quedará París

Jot Down Cultural - Enric González 22-Gen-2013

Entrevistas —
Joan de Sagarra y Enric González o siempre nos quedará París
Publicado por Enric González

Joan de Sagarra para Jot Down 1

Joan de Sagarra (París, 1938) fue quien mejor definió, en el tardofranquismo, ciertas enfermedades que habían de marcar el futuro de Cataluña: la implantación de la “cultureta”, es decir, la cultura acotada por los parámetros nacionalistas, y del “patufetismo-leninismo”, la corrección política según la ortodoxia progresista. Ha publicado miles de artículos y mantenido centenares de polémicas. Su erudición es asombrosa y sigue leyendo un libro cada día, además de varios periódicos europeos. Actualmente escribe en La Vanguardia. Esta conversación se desarrolla en su casa, la víspera de su cumpleaños, ante una botella de whisky Jameson.

Te vi por primera vez hacia 1977 en El Correo Catalán y bebías ron Saint James. ¿No eras un hombre de whisky? ¿Qué pasó para que bebieras ron?

José Martí Gómez se sentaba delante de mí, y en aquella época él estaba muy anglófilo e interesado por los tés. Le recomendé una tienda de tés que parecía maravillosa en la calle del Carme, pero resultó que los tés eran una porquería y se ofendió, así que intenté arreglarlo con una botella de ron Saint James. Yo llegaba hacia las seis de la tarde y antes de ponernos a escribir nos tomábamos un ron. Mis estancias en distintos periódicos han tenido un alcohol de referencia. Hubo una época de Johnnie Walker, el whisky irlandés aún no había llegado aquí, con el Tele/eXpres. Lo del Saint James duró bastante tiempo. La copita de ron que nos tomábamos con Martí Gómez era importante. Le tengo un gran cariño a ese ron de la Martinica. No hay que olvidar que el almirantazgo británico siempre se ha emborrachado con ron Saint James. Una persona como tú tiene que apreciar eso.

Tus columnas en Tele/eXpres se hicieron legendarias. ¿Por qué dejaste ese periódico?

Acabo de encontrar la carta que le mandé a Manuel Ibáñez Escofet, el director, cuando dejé el Tele/eXpres. Si quieres la leo, aunque es larga. Te lo digo porque esta carta responde a muchas cosas: qué era la “cultureta”, cómo era todo aquel mundo, qué hacían los catalanes… es una carta ilustrativa. Estoy preparando un libro de artículos donde recogeré trabajos que he hecho para La Vanguardia y se llamará La terraza o Mis terrazas o algo así, e incluiré como regalo artículos que me han gustado pero no se han publicado y un epílogo bastante extenso en el que contaré por qué soy francés, quién era mi padre, quién era mi madre, mi historia con el teatro y los periódicos… Buscando periódicos antiguos encontré la carta. Si quieres te la leo.

Sí.

“Barcelona, primero de mayo de 1973.

Señor don Manuel Ibáñez Escofet, director de Tele/eXpres. Ciudad.

Mi querido amigo, anteayer por la mañana me acerqué al periódico a echar un vistazo al correo y entré en tu despacho y charlamos un ratito. Hablamos —mejor, te hablé— del artículo que pensaba escribir para el miércoles, para Sota, caballo y rey”.

(Digo Sota, caballo y rey porque en aquella época dejé el artículo que hacía cada día, bajo el epígrafe El día de siempre, un título horrible que se inventó Ibáñez. El periodismo no me interesaba y me fui a trabajar a Tiempo, la agencia de publicidad que tenían Pomés, Iriarte y Rodés en la calle Tuset de Barcelona, para hacer de creativo. Pero quedé de acuerdo con Ibáñez Escofet en que le escribiría un artículo a la semana con el epígrafe Sota, caballo y rey).

“Te dije que pensaba escribir un artículo sobre Gabriel Ferrater, de cuya muerte se cumplía el pasado 27 de abril, Día del libro, el primer aniversario. Aniversario del que los periódicos no dijeron ni pío. Te dije que pensaba hablar de ese Día del libro sin ningún anuncio de los versos de Ferrater, sin ninguna alusión concreta a su tal vez último trabajo: su colaboración en una antología de la obra de Foix que sacaba aquel día Aymá. También te dije que pensaba hacer un comentario sobre la aparición en el libro de Baltasar Porcel Grans catalans d’ara de una entrevista con Ferrater, entrevista que Serra d’or publicó, en su número dedicado al poeta, en junio de 1972 y que salió censurada. ‘Per raons diverses —decía una nota de la dirección de la revista— la publicació d’aquesta entrevista és fragmentària tant pel que fa a les manifestacions de l’entrevistat com a les opinions expressades pel seu entrevistador‘ [Por razones diversas la publicación de esta entrevista es fragmentaria tanto en lo que concierne a las manifestaciones del entrevistado como a las opiniones expresadas por su entrevistador]. Mi comentario sobre esta entrevista, por fin completa, encerraba un juicio negativo sobre Serra d’or por haber censurado el papel que le entregó Porcel; por no haber permitido que se publicasen las declaraciones que Ferrater hizo sobre su matrimonio civil en Gibraltar con una señorita norteamericana: ‘Per així poder-nos divorciar si ens convingués‘ [Para así poder divorciarnos si nos conviniera] y sobre su relación íntima, marital, con Marta Pessarrodona. Tú me dijiste que no, que eso no me lo dejarías publicar, que ‘no ens podem carregar Serra d’or‘ [No nos podemos cargar Serra d’or]. Yo, la verdad, me quedé muy sorprendido. En primer lugar, estimo que si una revista ‘ha ficat els peus a la galleda‘ [la ha cagado], ello no es tan grave como para prohibir que se sepa. En segundo lugar, por más pestes que yo dijera de Serra d’or, dudo mucho que llegase a cargármela. Serra d’or, a pesar de sus muchos defectos, tiene una cierta consistencia y unos buenos caninos. Pero tú seguiste en tus trece: silencio absoluto sobre la censura que en su día Serra d’or ejerció sobre las declaraciones del poeta, cuyas palabras, como escribió en tu periódico Montserrat Roig, ‘nunca olieron a cloaca’. Y como yo no estaba dispuesto a ceder, entonces saliste con lo de mi anticatalanismo, el anticatalanismo del que me acusan, según tú, personas serias y responsables del país. Y aún dijiste más, dijiste: ‘No saps pas lo contentíssim que està amb tu l’Herrero Tejedor‘ [No sabes lo contento que está contigo Herrero Tejedor]. Y todo esto lo dijiste gritando, como tienes por costumbre, sentado en tu despacho con la puerta abierta. Dices que el señor Herrero Tejedor, delegado provincial del Ministerio de Información, está contentísimo conmigo, con mi anticatalanismo. Tú sabrás lo que dices, aunque a mí, la verdad, me sorprendería. Pero si, como afirmas, el señor delegado está contentísimo conmigo, a ti, cuanto menos, debería condecorarte. Debería condecorarte por no haber querido publicar mi artículo Raimon lleva diez años sin hacer el ridículo, artículo en el que yo hacía un elogio de la postura coherente del cantante, y del que tú me dijiste: ‘L’Herrero Tejedor s’emprenyarà‘ [Herrero Tejedor se cabreará]. Luego, Huertas Clavería me pidió que le diera aquel artículo para publicarlo en Oriflama, en catalán, y yo, tonto de mí, le dije que no por delicadeza hacia ti, por temor a que te disgustases. El señor Herrero Tejedor también podría condecorarte por seguir tan celosamente los dictados del señor conde de Godó, dictados que te han llevado a censurar mis artículos sobre escritores catalanes, quitando las citas en catalán: ‘Massa català!’ [¡Demasiado catalán!], como ocurrió en mi artículo sobre el libro Ramona adéu de la Roig [Montserrat]. También podría condecorarte por la supresión de un comentario elogioso que hice al libro de Víctor Mora Els plàtans de Barcelona, comentario en el que recordaba que los felices 40 no fueron en realidad tan felices ni tan folklóricos como pretenden hacernos creer. Entonces dijiste: ‘Aquestes coses no els agrada que els hi recordin‘ [No les gusta que les recuerden estas cosas].

Pues bien, no pienso seguir tolerando que tú, que me censuras siguiendo las órdenes del señor Herrero Tejedor, del señor conde de Godó y de catorce padres espirituales, además de censurarme me tildes de anticatalanista y colaboracionista. Por lo tanto te agradeceré des por terminada mi colaboración en tu periódico. Un periódico que en realidad no es tuyo ni mío. Un periódico en el que he convivido lo bastante como para quedarme más que asombrado por tu repentina acusación de anticatalanismo, acusación que se me lanza al rostro 48 horas después de que otra persona me comentase el escándalo que le armaste a Pedro Oriol Costa, tu subdirector, por haber publicado un artículo elogioso de Álvarez Solís sobre la Capmany [Maria Aurèlia] y su Feminisme a Catalunya. ¿Por qué era el escándalo? Lo sabes muy bien: porque Maria Aurèlia es la directora de la colección en la que se ha reeditado Servitud, la novela de Puig i Ferreter, un escritor catalán [La novela transcurre en la redacción de La Vanguardia, a la que no deja demasiado bien].

Como puedes ver, Manel, para acusar públicamente de colaboracionista a tu amigo, que aunque no tiene carnet también hace el periódico, antes deberías contemplarte en el espejo. Y el día en el que, contemplándote en él, sueltes una enorme carcajada, aquel día comprenderás que hay cosas que es preferible callar.

Solo me resta decirte que al margen de esta diferencia de opiniones sobre mi anticatalanismo, colaboracionismos y el respeto o no respeto a toda censura, mi amistad por ti sigue siendo tan sólida como el primer día”.

También tengo copias de las cartas que Joan Baptista Cendrós [fabricante del masaje Floïd y uno de los fundadores de Ómnium Cultural y Banca Catalana] le escribía a Ibáñez Escofet, acusándonos a Terenci Moix y a mí de querer cargarnos la cultura catalana. Todo esto sale del mundo del Òmnium, de los Pujol… A veces me preguntan: “¿Qué coño es la cultureta? ¿Usted se quería cargar la cultura catalana?” No, oiga, la “cultureta” era el tío del PSUC que estaba vigilando que Salvador Espriu no cometiera un disparate, que no dijera una cosa políticamente incorrecta, los artículos que nosotros podíamos hacer en los que supuestamente nos cargábamos a Serra d’Or… para mí esto era la “cultureta”, no era la cultura catalana.

Joan Sagarra para Jot Down 12

La “cultureta” ha tenido cierto éxito.

Sí, la “cultureta” es esto. O el “patufetismo-leninismo”. Otra cosa divertida: decían que el teatro de mi padre [Josep Maria de Sagarra] no era popular, sino populista. No tenían ni idea de nada.

¿Por qué era populista Josep Maria de Sagarra?

Según la teoría de Joan Triadú y Ricard Salvat, su teatro no era popular. La gente que iba al teatro Romea a partir de 1946, cuando se pudo volver a hacer teatro, por cinco pesetas, que era lo que costaba una entrada arriba, en el llamado “paraíso”, no iba a ver una obra de un autor popular, sino populista. Para ellos lo popular era hacer un teatro al servicio del pueblo según los dictados de determinados partidos o determinadas cosas. Lo otro era populista.

Y daba igual que le gustara a la gente.

Por descontado. Era la pequeña burguesía que estaba viciada por aquellos puñeteros versos [de Sagarra] que, al parecer, estaban tan bien hechos que les impedían pensar… Era así.

¿Recuerdas cuándo se pronuncia por primera vez la palabra “cultureta”?

Esa palabra la saqué yo, y creo que debía de ser en la época del Tele/eXpres, en el año 69 o 70.

¿Sale en una conversación o en un artículo?

Sale en un artículo, como sale lo de “gauche divine”. Estaban reunidas dos editoriales, la de Herralde y la de Beatriz Tusquets, en el Price y sale lo de la “gauche divine”, que no es más que la “divine gauche” francesa. Yo acababa de llegar de París y cuando escribía tenía el coco más en París que en Barcelona. Mis esquemas eran más franceses que otra cosa.

¿Tú estudias en París pero también en Barcelona?

Yo estudié aquí el Bachillerato en los jesuitas. Cuando acabé quería ser diplomático y estudié Derecho. El primer año lo hice en Deusto, porque creía que me ayudaría a ingresar en la carrera diplomática. ¡Y el sermón del primer día nos lo dio [el ministro y embajador José Félix] Lequerica! Había toda una tradición de la escuela diplomática salida de Deusto. Creía que iba a tener mucho ganado si lo estudiaba allí. A mi padre no le hizo ninguna gracia, pero me fui a Bilbao. Al final lo dejé porque era brutal. En Deusto no daban un título oficial y había que convalidarlo en Valladolid, donde había catedráticos republicanos de Derecho muy buenos, pero castigados. Llegaban los chicos de los jesuitas y aquello era una masacre. Aguanté esta broma un año y volví a Barcelona. Mi generación de Derecho es la de Miquel Roca, Loperena, Josep Maria Socías, que fue alcalde, Sebastià Auger…

Y Javier Coma.

También, sí.

Luego estudiaste teatro en París.

Acabé Derecho aquí, y cuando se muere mi padre, en 1961, le digo a mi madre que yo… es una historia muy especial entre mi madre y yo con esto de ser francés. Yo tenía que ser francés y no pude serlo por la guerra de Argelia. La conversación que debería haber tenido con mi padre y que no tuve jamás, una conversación de hombre a hombre, era para decirle que yo no quiero ser catalán ni español, sino francés, y que me voy a Francia. Pero entonces hubo la guerra de Argelia, y si me iba allí…

… te enviaban a Argelia.

Claro. Nací en París en 1938 y tenía derecho a la nacionalidad, solo tenía que presentarme para hacer el servicio militar. La guerra, sin embargo… Entonces, cuando se muere mi padre le digo a mi madre: “Me voy a París y ya nos veremos”. Me fui y me matriculé en la Sorbona, en el Instituto de Estudios Teatrales, que era algo bastante interesante que se acababa de crear y, al mismo tiempo, iba a clases de filosofía con Vladimir Jankélévitch, al que conocí por casualidad. Fui un día a una clase y me dije: “Yo aquí vuelvo”. Y acabamos amigos.

¿Por qué nunca ocurre esa conversación con tu padre? Tu padre no parecía una persona demasiado inaccesible.

Mi padre podía ser mi abuelo, me llevaba 44 años, y era un hombre difícil con los niños. Era muy cariñoso y una persona muy agradable, pero los niños no eran lo suyo. Mi madre y yo, sin embargo, éramos clavados. Mi padre decía que éramos “un parell de criatures” [un par de críos]. Vivíamos en París cuando comenzó la segunda guerra mundial y a los extranjeros no nos dieron máscara antigás, así que bajamos hacia el sur: Saint-Sulpice-la-Pointe, Banyuls y Prades, eso que llaman Prada de Conflent. Estuvimos con Pau Casals, Pompeu Fabra, y yo era “el nen del Sagarra” [el niño de Sagarra]… una maravilla. En un momento determinado comienza la invasión general de los alemanes [1941] y mi madre y yo pasamos a España. Mi padre intenta pasar y no le dejan por tratarse de un personaje significativo. Luis Permanyer hizo un libro que lo cuenta muy bien porque se lo explicó mi madre, que fue a Madrid ayudada por Carlos Sentís a ver al Conde de Mayalde. Al final mi padre pudo entrar, pero costó. Yo en aquella época no sabía absolutamente nada de París, pero en 1947, no sé por qué razones, volvimos a París. Luego he pensado las razones y creo que existía la posibilidad de que hubiéramos dejado España para siempre. En aquel momento se discutían cosas bastante serias. Existía una gran decepción porque la guerra había terminado y Franco seguía, y parecía que la cosa no tenía salida. Así que, a mis nueve años, nos instalamos de nuevo en París y mi madre me explica que soy de allí. Vivimos en distintos sitios, pero el que más recuerdo es el número 42 de la Rue du Bac. En el 44 vivía André Malraux, y delante estaba el Hotel du Pont Royal, donde murió Primo de Rivera. El bar de abajo era donde los tíos de la Editorial Gallimard hacían sus cócteles literarios. Mi padre era un hombre de aperitivo de toda la vida e íbamos al Café de Flore a hacer el aperitivo. Yo era un niño y allí estaban Giacometti, que me daba patatas fritas, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, el señor Kosma, el de Las hojas muertas… toda esta gente. Y mi madre me decía que yo era parisino y formaba parte de eso. Por el barrio veía pasar unas señoras que se arrodillaban en una esquina porque allí los alemanes se habían cepillado a alguien. Y en un momento determinado se ponían a cantar La marsellesa. Yo me la sabía de memoria. Mi madre me cogía de la mano y, al terminar, me decía: “Ara has de dir allò de Vive la France eternelle” [Ahora tienes que decir lo de Vive la France eternelle]. Era la mentalidad del general De Gaulle. Me crié así. Yo era francés. Por la tarde mi madre me llevaba al cine Bonaparte y yo veía cosas como Paisà, de Rossellini… y me ponía la mano delante de los ojos y yo simulaba que no veía, pero sí, y veía la escena en que los nazis arrojaban al Po a los partisanos atados de pies y manos… son imágenes que guardo. Algunas noches salía con mis padres e íbamos, por ejemplo, al Tabou, donde tocaba Boris Vian, y me quedaba dormido. Otras veces ellos salían a cenar con amigos y me dejaban en casa. La persona que me cuidaba era una chica polaca que se llamaba María. Era guapísima, una preciosidad, tendría 20 años y el cabello blanco. Lloraba con frecuencia. Descubrí que a esa chica la habían recomendado unas monjas, que su padre y dos hermanos, militares, habían muerto en Katyń [una matanza perpetrada por los soviéticos] y que su madre y una hermana habían muerto en un campo de exterminio nazi.

Mi padre quiso que estudiara en el Stanislas, el gran colegio parisino de los jesuitas. Cuando llegué vi una placa que decía: “Aquí estudió Alfonso XII”. Y un pasillo con una luz mortecina… una cosa terrible. Yo hablaba el francés perfectamente, sin ningún tipo de acento, pero afortunadamente no sabía escribirlo, y esto me salvó de los jesuitas. De los franceses, no de los españoles. Volvimos a Barcelona.

Joan de Sagarra para Jot Down 3

Tu madre debió de ser una persona muy especial.

Mi madre era una chica de Olot que hacía buenos versos y una vez ganó un premio en los Juegos Florales. Su padre era un escultor y profesor de dibujo de Olot, un hombre muy fino, de lo que se llama la Escuela de Olot. Fue quien se la presentó a mi padre. Se llevaban 15 años, pero poco a poco se fueron liando y ya está. Ella trabajaba en la Generalitat, primero en Cultura y luego en Presidencia. Le habría encantado que su hijo fuera francés, que no hubiéramos vuelto en 1947, pero mi padre era una persona que necesitaba ir por la Rambla y que le dijeran “Passi-ho bé, senyor Sagarra”. Era de aquí.

Un “senyor de Barcelona”…

Sí, pero esto de “senyor de Barcelona” le tocaba un poco los huevos, y a mí también.

Pero Barcelona era su casa.

Sí, y mi padre era un señor, y su padre también… pero lo de “el senyor de Barcelona” no me gusta. Ahora lo dicen de todo el mundo.

Era una institución en Barcelona.

Sí, mi padre no podía vivir fuera. Mi madre sí, ella habría podido vivir tranquilamente en Oslo, en Dublín, en Trieste, en París… Cuando mi padre volvió y en casa (vivíamos entonces en Paseo de San Gervasio con Plaza Bonanova) se reunían unos señores para hablar de la Resistencia y esas cosas, ella ya sabía que las cosas no iban a cambiar. A mi madre le habría gustado que no volviéramos nunca. Pero no.

El caso es que tú fuiste a estudiar teatro y también volviste, por lo de Argelia.

Aquí viene lo más divertido. Y es que mi madre, que era la persona que estaba más dispuesta a que yo fuera francés, me deja ir; ¡pero al cabo de seis meses se presenta en mi casa! En el momento en que se presenta mi madre me joroba todo, porque hay que estar pendiente de ella, en un momento determinado se queda sin dinero, empieza a decir que el clima de allí no le sienta muy bien… así que volvemos a Barcelona. Si mi madre no llega a venir yo me quedo en París y me monto la vida allí. Por un lado tenía la Sorbona, por otro a mis amigos del teatro, un abogado francés de primera categoría que me pagaba estupendamente para resolver los problemas de los franceses que habían tenido accidentes de circulación en Cataluña o Valladolid… me sobraba el dinero, no tenía problemas. Pero soy hijo único y adoraba a mi madre. Mi relación con ella fue de amor-odio. Era la mejor mujer que he conocido en mi vida. Pero… Sí, sí, si no es por mi madre me quedo y, una vez finalizada la guerra de Argelia, me hago francés. Cuando ella se presentó en París yo tenía una novia francesa y otra en Barcelona, pero acabé casándome con una noruega porque su padre nos dio un cheque…

[Risas]

El caso es que vuelves. ¿Cómo empiezas a trabajar en prensa?

Yo volví y, evidentemente, no hacía nada. Para no tener que pedirle dinero a mi madre fui a la Editorial Noguer, que había publicado en castellano las memorias de mi padre, y les expliqué que podía leer francés, inglés y un poquito en italiano. Me pasaban unos libros italianos muy raros y yo hacía informes. También hacía los textos de las camisas. Los de las novelas de John Le Carré, por ejemplo. Luego me enteré de que había un periódico que se llamaba El Noticiero en el que los viernes tenían una doble página de teatro, en la que escribían Rodríguez Méndez, Enrique Sordo y gente de este tipo. El director del periódico era Luis G. Manegat, que era alguien a quien yo no conocía pero al que había visto alguna vez en la barbería del Joanet, el peluquero del Ateneo barcelonés. El subdirector era un hombre simpatiquísimo llamado José María Hernández Pardos, y a él le entregué un artículo que había hecho para la página del viernes. No dije que era hijo de Sagarra ni nada. Se lo leyó y me dijo: “Bueno, lo cojo. Muchacho, si tienes más, tráelos. Toma, 400 pesetas”. Después me enteré de que Manegat había dicho: “¿Pero qué coño es esto?, ¿quién es este fulano, que dice que ha estado tomando chocolate en casa de Ionesco?” Yo lo puse con total inocencia, no sabía que cuando escribes un artículo no tienes que decir que has tomado chocolate en casa de Ionesco, porque estás perdido. Pues no, yo lo dije de entrada. Pero como se notaba que era inocente, la gente se preguntó quién era, y dijeron: “És el fill del Sagarra, això s’ho deu d’haver inventat” [Es el hijo de Sagarra, eso se lo habrá inventado]. Y ya está, no hubo ningún problema. Aquí estaba muy de moda Bertolt Brecht, y yo hice un artículo en contra de los tíos que creían saber quién es. Dije que lo que ellos decían sobre él era una tontería, y les expliqué la versión francesa, que era mucho más consistente que la de aquí, que venía de Sudamérica. Me convertí en el repelente niño Vicente, el hijo de Sagarra que viene de París y toca los cojones, el que lo sabe todo, el que ha tomado chocolate con Ionesco, que a los 15 años ya conocía a Jean Vilar… En estas, Permanyer, que había estudiado conmigo en la universidad y estaba en El Correo, me dice que había una persona que quería verme. Era Ibáñez Escofet, que me propuso sustituir al crítico de teatro, que se jubilaba y era ni más ni menos que el tío de Miquel Roca, Josep Maria Junyent, que había entrado en el periódico como comisario político. Y así, sin quererlo, entro yo en los periódicos.

Has escrito muchísimos artículos. ¿Cuántas veces te han preguntado por qué no has escrito libros?

Muchas. Yo siempre me defiendo, aunque no tendría que defenderme de nada, diciendo que escribo artículos para no tener que trabajar. No es mío, se lo he leído a Ennio Flaiano o a no sé quién, pero me va. Las veces que he visto, como cuando estaba en Fotogramas, en Guía del ocio, en un periódico y en dos revistas, que no llegaba a fin de mes, porque me caso y tengo un niño pequeño, lo dejo y me voy a una agencia de publicidad o lo que sea.

¿Recuerdas alguna campaña en la que trabajaras cuando hacías publicidad?

Sí, varias. Entré en la agencia Tiempo por Pepo Sol, al que tú debes de conocer por la producción de las ceremonias de los Juegos Olímpicos de Barcelona, muy amigo desde la universidad. Le comenté que necesitaba dinero y me dijo que yo era buenísimo, que me había inventado lo de la “cultureta”, la “gauche divine”… Me hicieron un buen contrato, por primera vez estuve en la Seguridad Social… Salió un producto que se llamaba Crilor, un tejido, y había que anunciarlo. Me traen el tejido, lo toco, y me dicen que quieren algo atrevido. Entonces había un personaje que me llamaba bastante la atención, el estrangulador de Boston. El hombre aún estaba vivo, en una cárcel, e imaginé que por las noches iba repitiendo el nombre del tejido mientras recordaba lo que había hecho. Ese fue el anuncio que propuse.

[Risas]

Oye, esto ahora tendría éxito… Pero en aquella época no hubo nada que hacer. Lo más destacado que hice en aquella agencia, antes de que me echaran porque no cuajaba, fue la publicidad de la cerveza San Miguel. Me llevaban a Lérida, donde estaba la empresa, y había un jefe de allí que a mí me daba bastante angustia, porque tenía herpes en las manos y era del Opus, y mi éxito consistió en una cosa que se llamaba “la cerveza de invierno”. Se trataba de una casita nórdica, con todo nevado, y llegaba el lechero por la mañana y, en lugar de leche, dejaba cervezas, porque la cerveza tiene vitaminas y tal y cuando llegas a casa, en lugar de tomarte un whisky como estamos haciendo nosotros, te bebes una San Miguel.

¿En qué época te has sentido más a gusto en Barcelona?

Si te lo digo puede que no te lo creas porque es muy raro. En fin, te lo cuento. Nunca he sido de ningún partido, solo he tenido un carnet de la FAI durante unos meses, más que nada por mi amistad con Ramon Barnils. Yo entendía la cosa anarquista, en aquella época, sobre todo desde un punto defensivo. Es decir, si soy anarquista conservo mi libertad. Si soy del PSUC… tenía amigos del PSUC y pensaba: “Pobret, aquest…” [Pobrecillo, este...]. No lo podía entender. Tenían unos problemas que a mí me parecían de colegio: “M’ha dit el pare espiritual…” [Me ha dicho el padre espiritual...]. Estando en el Noticiero, hacia 1973 o 1974, hice un artículo sobre Blas Piñar que fue una idiotez. Fue una de esas tardes en que te pones chulo y ya está. Blas Piñar había sufrido un robo en su despacho de notario y, aprovechando una canción que se llamaba En la fiesta de Blas, hice un artículo que se llamaba La fiesta de Blas, y puse algo en relación con los “misinos”, los fascistas italianos. En una palabra: la cagué. El tío fue a los tribunales y me pidió cuatro años de cárcel y cinco millones de pesetas. Era procurador en Cortes. Mi catedrático de Penal, Octavio Pérez Vitoria, se ocupó de defenderme. Me agredieron una noche al salir del periódico y recibí varias amenazas de muerte. Bueno, yo había hecho la mili en Talarn y allí conocí a unos quinquis. De vuelta en Barcelona nos vimos alguna vez. Cuando supieron que tenía un problema con Blas Piñar me iban a buscar al periódico, me llevaban a casa y acabaron dándome una pistola Astra, que yo disparaba muy bien porque en Talarn fui tirador de elite y mataba cuervos con la pistola con el comandante. Esa es la época en que me sentí feliz.

Retomando lo que decías sobre los consejeros espirituales del Partido Comunista en los 70, tú tratabas con Manolo Vázquez Montalbán y otros militantes comunistas. ¿Tuviste alguna vez alguna tensión personal con alguno de estos amigos por razones de ortodoxia política?

No, al contrario. He sido muy amigo de Víctor Mora, que era un comunista muy heterodoxo.

Y muy buena persona.

Bellísima persona y heterodoxa. Muchos amigos míos eran bellísimas personas. Tú puedes imaginarte qué era encontrarte a Ovidi Montllor que te llegaba con la Paloma de Picasso y te decía: “Joan, a veure si me’n pots vendre algunes per l’escala” [Joan, a ver si me puedes vender algunas por la escalera]. Era encantador. He tenido muy buenos amigos del PSUC, aunque también he conocido a mucho tonto del PSUC.

Joan de Sagarra para Jot Down 4

¿En qué momento se hace institucional en Cataluña la “cultureta”, todo el mundo tiene un pasado antifranquista y nos volvemos más o menos imbéciles?

Para mí la “cultureta” va ligada a Jordi Pujol. Sin él posiblemente no habría “cultureta”. Hay una especie de “cultureta” marxista que para mí es más bien el “patufetismo-leninismo”, pero la institucionalización de la “cultureta” viene con Pujol, y esto dura muchos años.

Está durando.

Claro. Y ahora existe la posibilidad de que “Lady Macbeth” coloque al chico.

[Risas]

Ya te puedes reír, pero es así. No sé si los lectores lo entenderán, pero tú y yo nos entendemos.

Se entiende perfectamente.

La “cultureta” es esto. La carta que te he leído va ligada a gente de Gallina Blanca y a Cendrós, el de Floïd, al que llamaban “el ministre de colònies i perfums”. Yo, que soy un hombre de teatro, no he entendido jamás por qué teníamos que tener un Teatro Nacional, la relación entre Jordi Pujol y Baltasar Porcel, el papel de la cultura…

¿Cómo definirías el canon de la “cultureta”? ¿Hay gente que entra y gente que no? Josep Maria de Sagarra no es del canon.

Una vez Terenci Moix me invitó a un programa de televisión en plena época de la “cultureta”, es decir, dominio pujoliano. Como el programa era en directo y no podían cortarme, me permití el lujo de llamar a Joan Triadú “el gos d’en Riba” [el perro de Riba]. Carles Riba era poco amigo de mi padre. Triadú hizo una antología en la que mi padre casi no aparecía. Recuerdo que hace unos diez años, para los chicos de la “cultureta” Josep Carner no existía, es extraordinario. Eso va como va. Hace cinco o seis años Bru de Sala hablaba del canon y hoy es el comisario del Año Espriu, al que, mira por dónde, acaban de entronizar como “poeta nacional”. Pero son cosas que a mí no me interesan en absoluto. Yo soy francés, tengo otra cabeza. Ahora estoy hablando de este país contigo, pero cuando te vayas será como si hubiera hablado de Ucrania. Lo he vivido y lo conozco, pero…

¿Vives aquí como si vivieras en el exilio?

No, tampoco. Hay una cosa curiosa, relacionada con esto que te decía de mi madre y del “Vive la France eternelle”. Llegó un momento en que me di cuenta de lo que era Francia. Me considero muy francés, pero mi Francia, muy contestataria, no tiene nada que ver con la de mi madre. Lo que pasa es que si yo mañana [ocho de enero] cumplo 75 años tengo que ser ya alguna cosa, y soy más francés que de aquí. Pero no, no vivo ningún exilio, en absoluto. El tipo de trabajo periodístico que hago lo podría hacer en Trieste, en Roma o en Budapest exactamente igual. Soy un periodista de proximidad, soy lo que en los periódicos regionales llaman el “localier”, el tío que da la información. Cuando escribo hablo de la gente del barrio. En la Barcelona grande hay sitios que no conozco, a los que no he ido ni pienso ir. Yo no conduzco, cuando voy a algún sitio cojo un taxi o voy a pie. No vivo ningún exilio, vivo en mi barrio, que es un pueblo que quiero mucho, y conozco a los tíos de aquí. Para mí vivir aquí no es ningún exilio. Ahora bien, no me considero catalán, no entiendo esto de la independencia, ni lo vivo, pero en cambio estoy hablando con Pedro, que es un tío que tiene un bar que se llama Morrysom…

…que es donde vas a ver el rugby.

No, el rugby lo veo en el Michael Collins. Cuando voy a la barra del Michael Collins es como si estuviera en Dublín, hablo en inglés con esos tíos. Me hacen bromas, me explican los problemas que tienen con el rugby en Barcelona… Por ejemplo, el alcalde les dijo que eso del tercer tiempo se había acabado, y los tíos no lo entienden. A las diez han de cerrar. Acaba el partido y entonces, que es cuando viene el tercer tiempo, que es lo bueno con el whisky y tal, resulta que han de cerrar.

El signo de los tiempos ha creado zonas extrañamente grises. Por ejemplo, un gran amigo tuyo, Juan Marsé, ¿es un escritor español, catalán, barcelonés…? ¿Qué coño es Marsé?

Con Marsé coincidimos en París en el año 61, lo que pasa es que no nos conocimos, lo hicimos a la vuelta. Pero Marsé, cuando tiene que escribir algo, tiene que volver aquí, no puede escribir desde París una cosa que pase en su barrio del Guinardó. No puede, tiene que estar aquí.

Pero con alguien como Marsé la catalogación oficial tiene problemas, porque es de Barcelona pero escribe en castellano aunque hable en catalán… Me refería a esa zona gris. Puede permitirse no identificarse con nada porque ha quedado en una zona gris. Es barcelonés, pero…

Entiendo lo que quieres decir. Marsé y yo somos amigos, pero él dice que sobre todo somos cómplices. Y es verdad, me gusta esa palabra. Tanto él como yo, cuando nos hacen esta pregunta, sentimos que no forma parte de nuestro mundo. No lo hemos pensado, somos unos tíos catalanes cuyos padres eran catalanes, hablamos en catalán, escribimos en castellano, no se nos ha pasado por la cabeza esto de la independencia y, en todo caso, nos lo tendrían que explicar muy bien y veríamos, pero en principio no; y no nos preocupa ni nos hemos preguntado jamás qué somos o dónde encajamos. Además es una pregunta que nos hacen muy a menudo y no nos gusta. Hay que contestarla, pero Marsé ya tiene sus respuestas. Le dicen: “I vostè per què no escriu en català?” [¿Usted por qué no escribe en catalán?], y él contesta que fue a un colegio en castellano, y tal y cual, y ya está.

Pero por algún tipo de información interna de que dispongo sé que os preocupa.

Claro que nos preocupa. Verás, te he escuchado esta mañana cuando hablabas con Martí Gómez en la radio y os referíais a la corrupción, diciendo que siempre es lo mismo. Pero cuando me preguntan si aún me interesa la política digo que claro que me interesa. Leo cinco o seis periódicos al día, porque me interesa lo que pasa aquí, lo que pasa en Italia, las cosas que pasan en Francia… me interesan cantidad de cosas, lo que pasa es que me preocupa a mi nivel, y lo que quiero es encontrar un buen artículo en el que haya un buen análisis que me dé alguna respuesta. Me gusta seguir esto.

¿No hay decepción por cómo han ido las cosas?

Claro que sí, lo que pasa es que parto de la Francia que me proponía mi madre, que era una Francia de cuando tienes nueve años y oyes a Montand cantar El canto de los partisanos. Una Francia que ya nunca será tuya. Te queda otra Francia del día a día, que tienes que sufrir y sufriéndola la quieres. Es como estar con una persona que sabes que está mal y necesita tu ayuda. Llegas a tener una relación bastante humana con tu país. Lo que me proponía mi madre no era nada, era como ir a ver una película de Walt Disney. Entonces, lo de aquí… yo no he escogido este país, no puedo sentir lo que siento por Francia, la preocupación, el interés y la curiosidad que tengo por Francia. Pero es un territorio en el cual vivo, no exiliado, donde están los padres y una serie de cosas que podían haber sido bastante mejores. No te niego que en un momento determinado de la Transición yo podría, si este país hubiese ido de otra manera, haberme convertido en español. Pero no ocurrió y sigo siendo francés.

Joan de Sagarra para Jot Down 5

Llevas muchos años escribiendo artículos, metiéndote con muchísima gente y polemizando.

Ahora menos.

¿Hay mucha gente a la que no saludes?

No. La sociedad ha cambiado mucho de cuando yo escribía en el Tele/eXpres y era el momento fuerte, con mucha gente en mi contra… Piensa que cuando Jordi Pujol se queda Destino, echa a Néstor Luján y pone a Porcel, yo escribo un artículo durísimo en Mundo Diario. Intento publicarlo en El Noticiero y no puedo. Entonces subo cuatro pisos de ascensor, hasta el piso donde está el otro periódico, y allí me lo aceptan. Ahora no se puede hacer eso, ahora estás en un periódico y tienes que escribir en él. La sociedad de las grandes polémicas ya no existe, Barcelona y Cataluña son otra cosa respecto a aquella época de ataques directos en la que podían acusarte de hacerle el juego al enemigo. Había un chico, Xavier Fábregas, que acabó siendo crítico de La Vanguardia y murió joven, con el que iba al teatro y veíamos una obra que era un tostón. Me decía: “És una llàstima. No ens la podrem carregar perquè està escrita en català” [Es una lástima, no nos la podremos cargar porque está escrita en catalán]. En aquella época, entre las cartas que recibía Ibáñez Escofet y lo que decían de mí de que era un hijo de puta… En la primera edición de la Enciclopèdia Catalana había una entrada sobre mí y me llamaban “rebentista”. Luego lo quitaron.

Has tenido grandes polémicas con Boadella…

Boadella es una persona que se ha ido, y qué quieres que te diga. Me dijeron que ha escrito que va por la calle en Cataluña y la gente le insulta, pero yo ya no sigo lo que hace. Para mí es un señor que pertenece a otra época. Hoy en día las cosas están mucho más calmadas. Y yo no hago vida social. Antes sí, y nos veíamos todos en todas partes. Ahora ya… por ejemplo, no sé quién es el director del periódico Ara.

Te has montado una especie de familia, hay un grupo de personas con las que te tratas. Además de Marsé, Vila-Matas…

Para mí la amistad es esencial. Toda la vida he tenido mis amigos y nos hemos reunido. Mi amistad con Marsé viene desde que me enteré de que Marsé, a quien me presentó José María Carandell, no vivía en Paris. Yo había leído Últimas tardes con Teresa y en la contraportada había una fotografía en la que se veía un retrato de Edith Piaf. Creía que seguía viviendo en París. Luego fui a su casa y resulta que la foto de Piaf estaba en su cuarto.

Alguna vez os he visto hablar y es una conversación como entre hermanos o primos, hay como un ambiente familiar, de gente que se conoce de toda la vida.

En el caso de Marsé, por ejemplo, nos conocemos desde hace bastantes años. He conocido a sus padres, él ha conocido a mi madre, hemos nacido el mismo día, tenemos unas referencias francesas, un tipo de libros que nos gustan, hemos salido juntos por la noche durante muchos años… existe una gran complicidad. A Vila-Matas lo conocí cuando yo me tenía que sacar el título de periodista (que al final no saqué) porque si no me acusaban de intrusismo y fui a la Escuela de la Iglesia y allí estaba ese chico, que tenía diez años menos que yo… Ocurren cosas curiosas. Ahora estamos en el Paseo de San Juan. Cuando vine a vivir aquí para mí era un barrio nuevo, y cuando llego a un barrio tengo que hacerlo mío. Yo sabía que subiendo el paseo, junto a la estatua de Anselm Clavé, estaba el Alaska, que era el bar de Carmen Broto, la puta roja de la novela de Marsé, que vivía allí. Luego, en la calle Rosellón, había vivido Vila-Matas, que fue un niño que bajaba por aquí para ir al colegio cruzando la Diagonal. Estos fantasmas me ayudan a que me construya un barrio. Y ahora resulta que Vila-Matas, que estuvo viviendo un tiempo en la Ronda de Dalt, que era horrible, se ha comprado un piso en la calle Urgel, entre Londres y Buenos Aires; y está exactamente delante de donde vivía yo cuando él me conoció. Para una persona como yo, que cuando escribe artículos hace mitad crónica, mitad diario, una especie de cóctel en el que se van metiendo una cita de algo que has leído, una canción que has recordado, algo que sabes porque sabes muchas cosas de Barcelona, de la cultura, de un espectáculo, de una película… estas cosas son fundamentales. Si no, no sabría funcionar. En cierto sentido, e indirectamente, esto viene a responder a lo que me decías. Yo no soy un exiliado aquí, y mi relación con este país está en función de estas cosas. Por eso mis amigos, eso que yo llamo “gli amici della domenica”, son los que has visto ahí: dos que conozco desde hace mucho tiempo, un irlandés, John Wilkinson, que me cayó muy bien desde el primer día, Coma, que es un compañero mío de universidad con el que fundamos el Jamboree —¡casi nada!— y el otro, Valentí Puig, un escritor al que admiro y una bellísima persona, católico y de derechas. Si encontrara un tío de Alcalá de Henares un poco loco y al que le gustara Quevedo, me encantaría.
Jot Down Cultural - Enric González

Origen


http://www.jotdown.es/2013/01/joan-de-sa...

Més sobre Història de la llengua (399)